Tú tienes cáncer y yo no
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Cada vez que te encuentres pensando o diciéndole a alguien "qué putada" o "qué mala suerte", acuérdate de los mineros de Chile. Supongo que los habrá que estarán diciendose "qué mala suerte haber tenido que pasar un montón de tiempo enterrado sin saber si me iba a salvar". Pero también los habrá que pensarán que han tenido una suerte enorme de ser rescatados y estar fuera. Está claro cuál de los dos grupos siente mayor bienestar, ¿no?
Indudablemente, te vendrá mil veces a la cabeza el "qué putada". ¡Claro, es que es una putada! ¡Tú tienes cáncer y yo no! Ni tampoco aquel, ni aquel otro, ni el de más allá... Pero cada vez que te recrees en un "qué putada", estarás generando un determinado tipo de adrenalina que hará que todavía te sientas más ansiedad y con más ganas de recrearte en el "qué putada".
Por eso, cada vez que te venga a la cabeza un "qué putada", has de construirte un discurso como el de los mineros contentos. ¿Qué mala suerte: tengo cáncer? ¡Qué suerte! ¡Me lo han detectado a tiempo y voy a salir de esta! ¿Qué mala suerte: me han encontrado otro bulto? ¡Qué suerte! ¡Ha estado a punto de pasarles por alto y luego habría sido todo más complicado! En muchísimos casos, hacer una lectura en clave de buena suerte es razonable.
Y eso no es engañarse. ¿Tú crees que alguien pensaría de un minero de Chile que se sienta afortunado que se está engañando? ¡Que no me vengan con tonterías de que un pesimista es un optimista bien informado! ¡Un minero de Chile que tenga un discurso de "qué mala suerte" es simplemente un amargado, no alguien que no se engaña a si mismo!
Si sabes hacerlo, si sabes acordarte de los mineros cada vez que estés con lo de "qué putada", si sabes construir un discurso de sentirte afortunada, te sentirás mejor, te curarás antes y recibirás de la gente miradas de admiración (¡qué entereza tiene esta chica!), bastante más gratificantes que las miradas de compasión. Si te dejas llevar por el camino del "qué putada", cada paso de tratamiento será una nueva putada; objetivamente, seguro de que no habrá ni uno que sea un plato de buen gusto. Pero si sabes construir un discurso de "qué suerte", cada paso será un avance en estar curada, un nuevo motivo para sentirse afortunada a pesar del engorro.
O sea que, por fin, después de tantos años, no me vengas más con qué-putadas, qué-mala-suertes y qué-temporaditas. A partir de ahora solo quiero buenas noticias.
Un abrazo.
-Xavier